Hay un cine que despierta. Que está despertando; que ya tuvo sus comienzos años atrás con directores lejos de los convencionalismos, críticos, que hacían 'mover conciencias'. Así se definió su estilo durante un tiempo: 'mover conciencias'. Muy propio. Olvidaron que si algo tienen las conciencias es que se nos quedan agarradas, agazapadas, expectantes... Así que espectadores en masa íbamos a disfrutar de una hora y media de visión con la conciencia puesta en algún otro lugar, bien lejos de la bolsa de palomitas por lo indigesto que resulta mezclar. Consternados, ahítos, la buscábamos a la salida -la conciencia, no las palomitas- para volver a colocarla en su posición original. Están bien. Las pelis que despiertan conciencias, que las acallan quizás, están bien. Es la dosis necesaria y justa que receta el mercado para que nos sintamos más reales y tranquilos. Implicados.
Pero he aquí que llega un señor, rudo, grande, gordo, con arrugas en el rostro, con los ojos fieros como puños o tiernos como pastos y te dice que esto no hace gracia; que trabajar como un esclavo para engordar a otros no tiene gracia; que pasarse toda la vida cargando trozos de vaca muerta en la espalda para que te prejubilen y te des cuentes que jamás tuviste tiempo de pensar en ti, no tiene ninguna gracia. A él no le hace gracia. Y se da cuenta. Y vive... sí, por fin. ¡Oh ! Depardieu. ¡oh! ese hombre que narra el nuevo cine naturalista que encarnan los directores franceses Benoit DelLépine y Gustave Kervern, que apenas necesita hablar porque llena la pantalla, porque ves lo que es sentirse en el tren de cola. Hoy. Ahora. Ya no hay clases. Claro que no. Ahora todos somos carne de cañón. Eso es lo que te vomitan en la cara DelLépine y Kervern. Con una sonrisa, eso sí. No sea que salgas más tocado de lo esperado de la sala y acaben señalados con el dedo y expulsados, por aguafiestas. ¿Quiénes son ellos para perturbar nuestro sueño eterno? Pero estos dos directores se dejan las buenas maneras en casa para reflejar las miserias que se esconden debajo de la alfombra roja o la verde. Ambos están más cerca de Zola que de los hermanos Cohen.
Ahora hay un cine que refleja la dureza sin filtros. Tras las muecas de este cine está la delicadeza de ser imperfectos y de sentir que en algún lugar, en otro continente quizás, está lo que es tuyo. Y es así como Depardieu se suelta la melena rubia y se decide a ir a por ello como en el anterior largometraje de ambos directores, 'Louis Michel', fue Yolanda Moreau la encargada de subirse en un barco lleno de inmigrantes subsaharianos para ir a conocer al presidente de la multinacional que había cerrado su fábrica.
Así que Depardieu en su moto y Moreau en un barco de contrabando te dicen en la cara ¿Qué pasa? si, ¿Qué pasa? ¿Qué está pasando? Señores, el naturalismo ha vuelto. Y es tan desagradable, está tan cerca, es tan nuestro, que encanta.
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